26.3.06

I Ching - Estos chinos sí que saben

El Libro de las Mutaciones –en chino I Ching-, es indiscutiblemente uno de los libros más importantes de la literatura universal. Sus comienzos se remontan a la antigüedad mítica. Hasta el día de hoy se ocupan de él los sabios más destacados de China. Casi todo lo que a lo largo de la historia china, que abarca más de 3.000 años, ha surgido en materia de grandes e importantes pensamientos aparece, en parte, suscitado por este libro, y en parte también ha ejercido retroactivamente influencia sobre la interpretación del libro; de modo que bien puede afirmarse con toda tranquilidad que en el I Ching se asienta, elaborada, la más madura sabiduría recogida durante milenios. De ahí que tampoco sea asombroso que ambas ramas de la filosofía china, el confucianismo y el taoísmo, tengan allí sus raíces comunes. Una luz totalmente nueva arrojan estos textos sobre más de un misterio contenido en los vericuentos mentales, a menudo oscuros, del misterioso Viejo (Lao Tse) y sus discípulos, como asimismo sobre muchas sentencias que en la tradición confuciana constituyen firmes sentencias que se aceptan sin indagar mayormente en su origen.

Pero no sólo la filosofía, sino también las ciencias naturales y el arte estatal de China solían recurrir, una y otra vez, a este cúmulo de sabiduría, y no sorprende entonces que este libro haya sido el único de entre las antiguas escrituras sapienciales de los confucianos que lograra salvarse aun de la gran quema de libros de Tsin Shi Huang. Toda la vida china, hasta en lo que tiene de más cotidiano, está empapada de sus influencias.

En torno al significado del Libro de la Mutaciones se presentan infinidad de cosas oscuras, por lo que los estudiosos occidentales tendieron a desecharlo, considerándolo un conjunto de “formulas mágicas” o bien demasiado abstrusas como para ser inteligibles, o bien carentes de todo valor. No obstante, se está produciendo un gran cambio en este punto de vista. Lo que no consiguió la Crítica de la razón pura de Kant lo está logrando la física moderna. Los axiomas de la casualidad se están conmoviendo hasta sus cimientos: sabemos ahora que lo que llamamos leyes naturales son verdades meramente estadísticas que deben por lo tanto, necesariamente, dejar margen a las excepciones. Si dejamos las cosas a merced de la naturaleza, vemos un cuadro muy diferente, una secuencia de hechos que se ajusta de manera absoluta a leyes específicas que constituyen casi una excepción.

La mente china, parece preocuparse exclusivamente por el aspecto casual de los acontecimientos. Lo que nosotros llamamos coincidencia parece constituir el interés principal de esta mente peculiar, y aquello que reverenciamos como causalidad casi no se toma en cuenta. Se ha de admitir que hay bastante que decir sobre la inmensa importancia del azar. Un incalculable caudal de esfuerzos humanos está orientado a combatir y restringir los perjuicios o peligros que entraña el azar. Las consideraciones teóricas sobre causa y efecto a menudo resultan desvaídas e imprecisas en comparación con los resultados prácticos del azar. Está muy bien decir que el cristal de cuarzo es un prisma hexagonal. La afirmación es correcta en la medida en que se tenga en cuenta un cristal ideal. Sin embargo, en la naturaleza no se encuentran dos cristales exactamente iguales, pese a que todos son inequívocamente hexagonales. La forma real, empero parece interesar más al sabio chino que la forma ideal. La abigarrada trama de leyes naturales que constituyen la realidad empírica posee para él mayor significación que una explicación causal de los hechos, los que por otra parte deben usualmente ser separados unos de otros a fin de tratarlos de forma adecuada.

La manera en que el I Ching tiende a contemplar la realidad parece desaprobar nuestros procedimientos causalistas. El momento concretamente observado se presenta a la antigua visión china más bien como un acaecimiento fortuito que como el resultado claramente definido de procesos en cadena concurrentes y causales. La cuestión que interesa parece ser una configuración formada por los hechos casuales en el momento de la observación, y de ningún modo las razones hipotéticas que aparentemente justifican la coincidencia. En tanto que, cuidadosamente, la mente occidental tamiza, pesa, selecciona, clasifica, separa, la representación china del momento lo abarca todo, hasta el más minúsculo y absurdo detalle, porque todos los ingredientes componen el momento observado.

Ocurre así que cuando se arrojan las tres monedas o se cuentan los cuarenta y nueve tallos, estos pormenores casuales entran en la representación del momento de la observación y constituyen una parte de él, una parte que, aunque sea insignificante para nosotros, es sumamente significativa para la mentalidad china. Para nosotros sería un aserto banal y casi exento de sentido (por lo menos a primera vista) decir que todo lo que ocurre en un momento dado posee inevitablemente la calidad peculiar de ese momento. Esto no constituye un argumento abstracto, sino un argumento realmente práctico. Existen conocedores capaces de determinar sólo por el aspecto, el gusto y el comportamiento de un vino, el año de su origen y la ubicación del viñedo. Existen anticuarios capaces de indicar con exactitud casi pasmosa la fecha, el lugar de origen y el creador de un mueble de arte, sólo con mirarlo. Y hasta existen astrólogos de pueden decirnos, sin ningún conocimiento previo de nuestro natalicio, cuál era la posición del sol y de la luna y qué signo del zodíaco ascendía sobre el horizonte en el momento de nuestro nacimiento. Frente a tales hechos es preciso admitir que los momentos pueden dejar huellas perdurables.

En otras palabras, quienquiera que haya inventado el I Ching, estaba convencido de que el hexagrama obtenido en un momento determinado coincidía con éste en su índole cualitativa, no menos que en la temporal. Para él el hexagrama era el exponente del momento en que se lo extraía –más aún de lo que podrían serlo las horas señaladas por el reloj o las divisiones del calendario- por cuanto se entendía que el hexagrama era un indicador de la situación esencial que prevalecía en el momento en que se originaba.

Este supuesto implica cierto curioso principio al que se ha denominado sincronicidad, un concepto que configura un punto de vista diametralmente opuesto al de la casualidad. Dado que esta última es una verdad meramente estadística y no absoluta, constituye una suerte de hipótesis de trabajo acerca de la forma en que los hechos se desarrollan uno a partir de otro, en tanto que la sincronicidad considera que la coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo significa algo más que un mero azar, vale decir, una peculiar interdependencia de hechos objetivos, tanto entre sí, como entre ellos y los estados subjetivos (psíquicos) del observador o los observadores.

La antigua mentalidad china contempla el cosmos de un modo comparable al del físico moderno, quien no puede negar que su modelo del mundo es una estructura decididamente psicofísica. El hecho microfísico incluye al observador exactamente como la realidad subyacente del I Ching comprendiendo las condiciones subjetivas, es decir psíquicas, de la totalidad de la situación del momento. Exactamente como la causalidad describe la secuencia de los hechos, para la mentalidad china la sincronicidad trata de la coincidencia de los hechos. El punto de vista causal nos relata una dramática historia sobre la manera en que D llegó a la existencia: se originó en C, que existía antes que D, y C a su vez tuvo de padre, B, etc. Por su parte, el punto de vista sincronístico trata de producir una representación igualmente significativa de la coincidencia. ¿Cómo es que A’, B’, C’, D’, etc., aparecen todos en el mismo momento y en el mismo lugar? Ello ocurre antes que nada porque los hechos físicos A’ y B’ son de la misma índole que los hechos psíquicos C’ y D’, y además porque todos son exponentes de una única e idéntica situación momentánea. Se da por supuesto que la situación constituye una figura legible o comprensible.

Ahora bien, los sesenta y cuatro hexagramas del I Ching son el instrumento mediante el cual puede determinarse el significado de sesenta y cuatro situaciones diferente, y por otra parte típicas. Estas interpretaciones equivalen a explicaciones causales. La conexión causal es estadísticamente necesaria y puede por lo tanto ser sometida al experimento. Como las situaciones son únicas y no pueden repetirse, parece imposible experimentar con la sincronicidad en condiciones corrientes. En el I Ching, el único criterio de validez de la sincronicidad es la opinión del observador según la cual el texto del hexagrama equivale a una versión fiel de su estado psíquico. Se supone que la caída de las monedas o el resultado de la división del manojo de tallos de milenrama es lo que necesariamente debe ser en una “situación” dada, puesto que cualquier cosa que ocurra en ese momento pertenece a éste como parte indispensable del cuadro. Si se arroja al suelo un puñado de fósforos, ellos forman la figura prototípica característica de ese momento. Pero una vedad tan obvia como ésta sólo revela su carácter significativo si es posible leer la figura prototípica y verificar su interpretación, en parte mediante el conocimiento que el observador tiene de la situación subjetiva y objetiva, y en parte a través del carácter de los hechos ulteriores. Obviamente este no es un procedimiento capaz de hallar eco en una mente crítica, habituada a la verificación experimental de los hechos o a la evidencia fáctica. Pero para alguien que se complace en contemplar el mundo desde el ángulo en que lo veía la antigua China, el I Ching puede ofrecer muchas respuestas.

El método del I Ching, en verdad, toma en consideración la oculta calidad individual de cosas y hombres, así como también de nuestra propia mismidad inconsciente. Hay que interrogar al I Ching como se interroga a una persona a la que nos disponemos a presentar a nuestros amigos.

El I Ching insiste de un extremo a otro de su texto en la necesidad del conocimiento de sí mismo. El método que servirá para lograrlo está expuesto a toda clase de abusos; de ahí que no esté destinado a la gente inmadura y de mente frívola; tampoco es adecuado para intelectualizantes y racionalistas. Sólo es apropiado para gentes pensantes y reflexivas a quienes les place meditar sobre lo que hacen y lo que les ocurre –predilección que no debe confundirse con el morboso y rumiante cavilar del hipocondríaco.

Ahora bien ¿qué es en verdad el Libro de la Mutaciones? A fin de llegar a una comprensión del libro y de sus enseñanzas, hemos de desprender de él, enérgicamente, la densa vegetación de explicaciones que desde afuera introducen en el libro toda clase de interpretaciones posibles; y hemos de proceder así ya se trate de los supersticiosos arcanos de viejos hechiceros chinos o de las teorías no menos supersticiosas de modernos sabios europeos que introducen forzadamente en todas las culturas históricas una interpretación surgida de sus experiencias obtenidas entre salvajes primitivos. Como precepto fundamental, hemos de mantener la intención de explicar el Libro de las Mutaciones desde sí mismo y en función de su época. Procediendo así las tinieblas se aclaran notablemente, y llegamos a la conclusión de que el Libro de las Mutaciones es por cierto un libro muy profundo, que sin embargo no ofrece al entendimiento mayores trabas que un libro cualquiera que haya llegado desde la antigüedad, a través de una larga historia, hasta nuestra época.


PARA UNA VERSIÓN DEL “I KING”

El porvenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una cosa
Que no sea una letra silenciosa
De la eterna escritura indescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
Es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura,
La firme trama es de incesante hierro
Puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Jorge Luís Borges


Para aquellos que estén necesitados de consejo, ya sea porque se encuentran en una encrucijada de sus vidas o tan solo por sentirse perdidos, tenemos una propuesta que ofreceros. Podéis dejar un mensaje explicando que duda tenéis en alguna decisión o situación importante. Durante esta semana las leeremos y como mínimo una de ellas (o más si nos es posible) será consultada al I Ching y publicado su consejo en un próximo post, el cual abrirá una nueva ronda de consultas.

Orugasordomuda.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Mirad es que quería hacer un espacio muy gárrulo, como la hora chanante, y es para que me informarais como tengo que hacerlo acudoa vosotros por la experiencia que tenéis en la temática bueno “haber lo que me dice” el i ching, venga.

Arrebato Garabato dijo...

Hey qué tal usuario anonimo?

Podrias especificar un poquito más? Preguntas por edición de video? Montaje del blog? Colgar los videos y música en internet?

Especifica y estaremos encantados de ayudarte.

Salu2, Arrebato Garabato.

J.Álvarez dijo...

Muy bueno el artículo. Al final he sacado tiempo y lo he leído. M encanta el poema de Borges... "en las grietas está Dios, que acecha". ¡Qué bueno, el tío!
En cuanto a la duda/consulta, no sé q nivel de concreción habría q darle, pero en breve voy a instalarme el programa Código B, q m ha pasado Orugasordomuda, así q es posible q la trate de resolver con éste. La verdá es q aún no he usao el I Ching y no sé muy bien q tipo de preguntas pueden hacérsele...

Arrebato Garabato dijo...

Amigo Álvarez,
Ya lo hablaremos más profundamente si quieres, pero la principal diferencia entre el I Ching y La Tora es que La Tora es un código en el cual intentas encontrar coincidencias numéricas, y a partir de eso sacar conclusiones fiables contrastándolo con otras coincidencias. El I Chin lo que hace es aconsejarte sobre cierta duda dándote los patrones de comportamiento más adecuados y mostrándote las cosas a las que has de estar atento. Pero te animo a que experimentes con los dos.

Orugasordomuda.

Anónimo dijo...

si tio a mí me gustaría nada porque ya estoy bien, ¿no?. he visto a dios y me ha dicho que voy acomerme un bocadillo de choped pork. buenas noches